Hace unos días Esteban Gutiérrez, en la presentación de La enfermedad del lado izquierdo (Eutelequia, 2011) en Barcelona, decía que se daba por satisfecho si el lector pasaba un par de horas agradables con la lectura de su novela y, si era posible, en compañía de una copa de buen vino.
Y, antesdeayer, uno decidió seguir el consejo de su amigo pero hubo de acompañar la lectura con unas hierbas digestivas en vez de, como hubiera deseado, un buen Syrah o un Merlot. He de edcirte esteban, a modo de descargo, que el día anterior tuvo la culpa: una dorada monumental recién pescada a la sal y un par de botellas de Chardonnay dejaron el sistema digestivo bajo mínimos.
Con todo, pese a que el maridaje era de lo menos adecuado (o no, a tenor de la cosmovisión de uno de los personajes protagonistas de la novela), me estiré en una hamaca, a la sombra y al olor del jazmín revivido tras estar a punto de ser aniquilado por la hiedra con la que compartía tierra, y pasé dos horitas placenteras con La enfermedad del lado izquierdo.
Y, antesdeayer, uno decidió seguir el consejo de su amigo pero hubo de acompañar la lectura con unas hierbas digestivas en vez de, como hubiera deseado, un buen Syrah o un Merlot. He de edcirte esteban, a modo de descargo, que el día anterior tuvo la culpa: una dorada monumental recién pescada a la sal y un par de botellas de Chardonnay dejaron el sistema digestivo bajo mínimos.
Con todo, pese a que el maridaje era de lo menos adecuado (o no, a tenor de la cosmovisión de uno de los personajes protagonistas de la novela), me estiré en una hamaca, a la sombra y al olor del jazmín revivido tras estar a punto de ser aniquilado por la hiedra con la que compartía tierra, y pasé dos horitas placenteras con La enfermedad del lado izquierdo.
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(gracias por tu sinceridad, JJ)
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